ABUSO DE LA CHICA EN ARGENTINA

Todo esto que vais a leer a continuación realmente es una especulación de lo que pudo pasar realmente nadie sabe lo que pasó. Si has llegado hasta aquí es porque tienes curiosidad en ver el vídeo y ver la cara del tipo.

Carla llevaba seis meses en la Unidad Penal N°4 de Ezeiza cuando empezó a notar algo raro. No era nada concreto al principio: una mirada sostenida más de lo necesario, un comentario apenas audible en el pasillo, un gesto que parecía casual pero que no lo era. Lo notó en Carlos, uno de los agentes del Servicio Penitenciario que se encargaba del pabellón femenino los martes y jueves por la noche.

Carlos no era joven, ni particularmente atractivo. Tampoco era el tipo de guardia que se mostraba violento, como otros que gritaban y humillaban por puro aburrimiento. Él era distinto. Educado, callado, siempre con el uniforme impecable. Pero tenía una forma de observar que se clavaba en la piel. Y Carla, que conocía ese tipo de mirada, empezó a desconfiar desde el primer día.

Al principio pensó que estaba exagerando. Tal vez eran imaginaciones suyas. En la cárcel, todo se siente más intenso: los silencios, los ruidos, el frío. Y el miedo.

Mira Esto:Cazan Al Violín De Menores Infraganti: Así Quedó El ChicoCazan Al Violín De Menores Infraganti: Así Quedó El Chico

Carla estaba condenada a ocho años por robo agravado, aunque no había lastimado a nadie. Fue su primera vez en la cárcel, y la adaptación fue dura. El encierro la hizo cambiar. Aprendió a moverse con cuidado, a no hablar más de lo necesario y a respetar las jerarquías del pabellón. Se mantenía ocupada en el taller de costura y evitaba los conflictos.

Pero Carlos comenzó a aparecer más seguido. A veces la encontraba sola en el pasillo que conectaba el taller con las celdas. Una vez la acompañó “por error” hasta la celda equivocada. Otra vez, mientras ella limpiaba los baños, él se quedó parado en la puerta durante varios minutos, en silencio, con las manos en los bolsillos. Cuando Carla lo miró, él sonrió.

—No te preocupes —le dijo—, te estoy cuidando.

Mira Esto:Pilló A Su Mejor Amiga Con Su Novio 😱Pilló A Su Mejor Amiga Con Su Novio 😱

Esa noche no pudo dormir.


Las otras internas no hablaban mucho de los guardias. Algunas sabían cosas, pero nadie decía nada abiertamente. En la cárcel, hablar tiene precio. Y del personal, menos aún. Carla intentó ignorarlo, seguir con su rutina. Pero él empezó a insistir.

Una tarde, la encontró sola en el patio de recreo. Le ofreció un cigarrillo. Ella lo rechazó.

Mira Esto:JOHN COBRA VIDEO VIRAL PABLO IGLESIAS

—No seas maleducada —le dijo él—. Estoy siendo bueno con vos.

Carla no respondió.

—Podrías devolverme el favor. No cuesta nada… una charla, una sonrisa.

Ella se alejó sin mirarlo. Pero supo que eso no lo detendría. Lo hizo más insistente.


Las cosas escalaron rápido. Una noche, cuando las luces se apagaron y todo el pabellón estaba en silencio, Carlos entró en su celda. No gritó. No la golpeó. Solo se sentó al borde de su cama y le susurró:

—Tranquila. No va a pasar nada que vos no quieras.

Pero Carla no quería nada. Y lo dijo. Con la voz firme, con el miedo tragado en la garganta. Carlos se levantó y se fue. Pero la amenaza ya estaba hecha.

Al día siguiente, fue cambiada de celda, sin explicación. Dos internas con las que se llevaba bien fueron trasladadas a otro pabellón. En el taller, le negaron la entrada. Cuando preguntó por qué, le dijeron que había “un informe disciplinario” por conducta inadecuada.

Carlos tenía poder. Y lo usaba.


El abuso no fue inmediato. Fue progresivo. Carlos sabía cómo manipular los tiempos, cómo desgastar la voluntad. Aparecía cuando nadie más estaba. Le quitó los privilegios, la aisló poco a poco. Y cuando Carla ya estaba quebrada, vulnerable, una noche volvió a entrar en su celda.

Esa vez no hubo palabras. Solo fuerza. Solo oscuridad.

Carla no gritó. En parte porque sabía que nadie la escucharía. En parte porque sabía que nadie haría nada.


Después de esa noche, Carla se apagó. Dejaba pasar los días como quien deja correr el agua por un grifo roto. Comía poco. No hablaba. Miraba por la ventanilla de la celda como si esperara que algo —una luz, una voz, un milagro— la sacara de ahí.

Pero la cárcel no tiene milagros.

Una interna llamada Luli, que dormía en la celda contigua, la notó distinta. Le dejó un caramelo envuelto con una nota escrita en lápiz: “¿Te pasó algo con el hijo de puta del guardia?”. Carla la leyó y rompió el papel enseguida. Pero no respondió.

Días después, Luli volvió a insistir. En el patio, le dijo en voz baja:

—No sos la primera. Ese tipo hace años que hace lo mismo. Y nadie hace nada porque está cubierto. Una lo denunció en 2021. A los tres días la trasladaron a otra provincia. Nadie la volvió a ver.

Carla tragó saliva.

—¿Y qué hago? —preguntó.

—Lo que puedas. Pero no te calles.


Carla no confió en la institución. Ni en los psicólogos del penal, ni en las asistentes sociales. Lo único que hizo fue escribir. En hojas sueltas, con un bolígrafo prestado, escribió lo que le pasó. Con detalles. Con fechas. Lo firmó y lo escondió dentro de un forro de almohada. Hizo dos copias. Una se la dio a Luli. La otra la metió en un sobre, con la dirección de una ONG que visitaba la cárcel una vez al mes.

El día que las voluntarias vinieron, Carla les entregó el sobre sin decir palabra. Nadie supo lo que había dentro. Pero ella lo sintió como un grito.


Pasaron semanas sin respuesta. Carlos seguía apareciendo, pero ya no entraba a su celda. Tal vez sospechaba algo. Tal vez solo estaba esperando.

Pero un día, todo cambió.

TURRO ABUSO VIDEO TURRA CARLA